viernes, 28 de octubre de 2011

LAS FIESTAS PRIVADAS DE JARAMAR SOTO Por Eduardo Vázquez Martín



Hace unas dos semanas, un par de días antes de que Fiestas Privadas, mi nuevo disco, tuviera su debut escénico en la Ciudad de México, tuvimos un evento algo insólito:  el poeta y editor Eduardo Vázquez Martín me acompañó para presentar el nuevo disco desde la perspectiva de la palabra, más que de la música.  Ese evento tuvo lugar en la Librería Rosario Castellanos del FCE en la Colonia Condesa y, en él, Eduardo me honró leyendo un bello texto que escribió acerca de esas Fiestas Privadas que han marcado mi debut formal como autora de un disco de principio a fin.  Comparto con ustedes el texto de Eduardo.

Las fiestas privadas de Jaramar Soto.
Por Eduardo Vázquez Martín


La música y la poesía nacen del silencio; el silencio es la tierra donde germinan la palabra y el sonido.  Hay artistas que levantan sobre esa tierra un bosque o una selva, otros una muralla o la derrumban, pero hay otros, como Jaramar Soto, que cultivan flores, tallos de agua, ligeras manifestaciones de la belleza.  Estos artistas no imponen jamás su presencia: no son robustos troncos ni tampoco una plaga irreductible, no sirven para el ornato, a pesar de su aparente fragilidad su carácter es heroico, no decorativo. Plantas esbeltas y suculentas, crecen alegres contra todo pronóstico aún en los escombros de los tiempos violentos: flores del desierto, orquídeas de lodo, las raras rosas en el mar de la vieja canción de Luis Eduardo Aute.

Jaramar pertenece a la generación que creó el rock mexicano y pintó con decibeles las últimas dos décadas del siglo XX, también a un tiempo en que los medios de comunicación masivos saturaron el aire de un plomo irrespirable de previsible cursilería y abuso sin freno del lugar común. En medio de las ensordecedoras batallas del mercado de la música, Jaramar no dejó de cantar con la alegre discreción de una fuente en la ciudad.

Como los antiguos trovadores, Jaramar entiende el vínculo entre el verso y la canción, por eso su voz ha interpretado obras antiguas de diversos romanceros españoles y americanos de los siglos XII, XIII o XV, poemas de Nezahualcóyotl y poemas nacidos de la aguda pluma barroca de Sor Juana, pero también poemas de autores modernos como Guadalupe Amor o Enriqueta Ochoa, y contemporáneos suyos como Carmen Villoro o Silvia Eugenia Castillero.  Jaramar se alimenta de diversos veneros, de diversas tradiciones, que se desarrollan por caminos paralelos a la velocidad del mundo del consumo.  El amor al silencio lo es también a la serenidad, a la pausa; se trata de una renuncia conciente a la cultura del hit parade a favor de una reconsideración del hecho artístico, de la música y la poesía, como un espacio de celebración tan íntimo como comunitario, donde no se excluye el carácter ritual, sagrado, profundamente espiritual, del hecho artístico.

Jaramar ha rendido culto al amor y a la muerte, a la belleza y al sueño, a través de la poesía escrita por otros, así sea anónima, lo que ha sido una invitación a conocer profundamente el oficio poético y como sucede en estos casos ha sido contagiada por esa enfermedad, la poesía, que Miguel de Cervantes califica de incurable.  Es así como llegamos a su más reciente producción, Fiestas Privadas, donde todas las letras que interpreta han sido escritas por ella misma.

En Fiestas Privadas (una producción realizada con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes) todas las canciones son escritas y compuestas, además de cantadas desde luego, por Jaramar.  ¿Acerca de qué escribe Jaramar?  Su poesía describe el ir y venir del amor, su presencia y su ausencia. Pero aunque la naturaleza del amor y el desamor a los que alude la artista está relacionada con la experiencia, parte de ella, Jaramar prefiere abordarla (la naturaleza del amor) desde las mareas del sueño.  Los versos, las composiciones y los arreglos de Fiestas Privadas nos embarcan hacia un mar que nos mece, nos envuelve en sus brumas, nos encanta y nos extravía.  Poética del agua, poética del sueño, dice Gastón Bachelard: Jaramar lo reafirma “y digo mar por decir sueño” y termina esta producción confesando el deseo que se insinúa a lo largo de todo el disco y yo diría de toda su obra: “Quisiera ser agua, / agua-lluvia / transparente, / translúcida, / eterna”.  La voz de Jaramar nos induce a soñar despiertos, sus paisajes sonoros y su voz nos invitan a detener el paso y cerrar los ojos, es decir a emprender el viaje hacia nuestro interior.  Es natural que el llamado al sueño nos conduzca por pasillos de lo irreal o de lo surreal y en los diferentes paisajes que recorre aparezca un príncipe avestruz, una sirena loca, un lagarto amenazante (artista y santo) y ratones con moño y corbata; ya sabemos que la vida es sueño, y que tan fantásticas son estas criaturas como el amor, los cuerpos de los amantes y las horas que comparten.

Los últimos versos del trabajo que hoy presentamos son una pregunta: “Acaso vive Dios / bajo las aguas?”  ¿Es esta una pregunta retórica, es decir una pregunta que afirma lo que se interroga?  Lo es en parte: la cantante que desea ser agua y que por lo tanto hace de su voz un homenaje a su fluir incesante, a la posibilidad de diluirse en su curso, a la luz que la atraviesa, a los tonos y melodías que nacen de la danza de esta extraordinaria molécula, se pregunta también, realmente, si esa intuición o esa fe que la lleva a considerar sagrada al agua en sus diferentes manifestaciones (río, mar, espuma, sueño) es una prueba de la presencia de Dios o la confirmación de su ausencia.  Pero no es una pregunta desde la angustia de la fe sino desde la certidumbre de la belleza: somos agua, somos el agua animada, el agua que piensa y se piensa, que recuerda y nos habita.

Esto último, la certidumbre de la belleza, o la certidumbre del amor como vínculo profundo entre las cosas, me lleva a otra palabra que se me viene a la cabeza al escuchar cantar a Jaramar: reconciliación.  Su voz y sus palabras, tanto como su música, me parecen una vuelta al vínculo, un regreso a la unidad que la poesía celebra cuando ejerce la facultad de re-ligar, de unir en lo disperso, incluso desde la escisión del desamor.