Normalmente
los proyectos que tengo más en la cabeza son los de nueva creación – o
recreación. Pero, como he venido platicando, hace unos meses, cuando me dí
cuenta de que se avecinaba un aniversario importante – 20 años de un proyecto
musical con 12 discos al hombro son algo dignos de respeto - también me di
cuenta de que ese camino recorrido, y en particular el disco que marcó el
inicio del camino, merecían ser revisados, revisitados, recordados, celebrados
de varias maneras. El disco,
“Entre la pena y el gozo”, largamente agotado, debía regresar a los anaqueles
de las tiendas para que aquellos que lo recordaban tanto y lo habían perdido o
regalado pudieran poseerlo nuevamente.
Merecía ser descubierto por mucha, mucha gente.
Por
otra parte, su música debía sonar en los escenarios nuevamente.
Y sonar
junto con la que forma parte de mi vida musical actuál, con los sonidos que
busco ahora y con los músicos que forman parte de esas búsquedas. Y eso es lo que va a suceder dentro de
unos días (¡ya!) en uno de los teatros más bellos
y emblemáticos de la Ciudad de México, el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris.
Y hubo que mirar hacia atrás y
pensar en cómo quería yo que sonaran esas canciones en este momento, pasadas
por el tamiz de los caminos recorridos.
No es que
fueran canciones lejanas a mí, porque varias nunca dejaron mi repertorio, y las
otras están todavía ahí, a flor de los labios, muy fáciles de retomar. Sorprendentemente fáciles de retomar, como
si nunca se hubieran alejado. Igual de bellas y frescas, listas para sorprender
y enamorar a los músicos con los que armé una nueva alineación para llevarlas
al escenario, a quienes en los ensayos fui platicando la historia de estos
cantos, en particular de los sefardíes, tan sencillos y tan perfectos,
interpretados en ladino y centrales en la vida cotidiana de los judíos españoles,
particularmente de las mujeres. Al ser expulsados de España por
el Edicto de Ávila en 1492, ellos se despidieron cantando de la tierra que los
había acogido durante 15 siglos y en el exilio lograron preservar esta sorprendente herencia musical a través
de la tradición oral. Así, por tradición oral y enriquecidas por el
camino del exilio, estas canciones han llegado hasta nosotros, hasta mí, seguramente
transformadas por las muchas bocas que las cantaron, pero conservando la
riqueza melódica y lírica de la música creada en una España en la que se
entrelazaron las culturas mora, cristiana y judía. Y estas canciones, junto con algunas otras de la lírica
española del Siglo XV son el corazón de “Entre la pena y el gozo”. Y un gozo y
un reto está resultando el montaje del repertorio con mi nueva banda alterna.
Y tenía que elegir a mis
cómplices escénicos.
Una banda representativa de
distintos momentos de mi viaje de 20 años.
Una mezcla de músicos que forman parte de mi
equipo actual, de mis proyectos recientes, para los que el repertorio es casi
todo nuevo, y músicos que forman parte de mi historia. También una mezcla ecléctica de
instrumentos, muy diferente de los que se usaron para la grabación
original.
Los convocados son:
Juan Castañón en guitarra eléctrica y Luis Javier
Ochoa en la acústica, el primero titular de mi grupo actuál y el segundo un
músico y amigo con quien he compartido muchos escenarios, viajes y proyectos;
uno proveniente del free jazz y el otro de la música clásica y antigua. Los dos talentosísimos. No se conocían
pero desde el inicio entendieron lo que la música requería de los dos y de cada
uno. Luego está Nathalie Braux, en
saxofones y clarinetes, también colaboradora y compañera de proyectos durante
años y que ahora regresa a aportar su gran musicalidad e intuición a este
repertorio. En la importantísima
sección rítmica están Luciano Sánchez, baterista actuál de mi grupo - muy joven, fresco, e impresionante músico - y Héctor Aguilar, el carismático
percusionista con quien durante unos 8 años compartí escenarios. En el bajo
debuta con nosotros Armando Vega.
Y les he ido explicando las canciones, entregándoles las letras y
contando sus historias. ¡Y ya suenan! Y su brillo natural sale a relucir. Son canciones nobles y generosas, que
se dejan tomar y se dejan cantar.
Y como estamos hablando de una noche de celebración, será un enorme gusto tener en el escenario del Teatro de la Ciudad, haciendo sonar nuevamente esas canciones con nosotros, a alguien que fue mi principal cómplice en esa aventura hace veinte años, personaje fundamental en la búsqueda del sonido, de los arreglos, de la músicalización de textos y en la producción de ese discoy de otros muy importantes. Alfredo Sánchez, quien me acompañó durante los 10 primeros años y 6 primeros discos de este viaje se subirá al escenario con nosotros para dar nueva vida a aquellas canciones. ¡Gran fiesta, sin duda!
Además, la noche del 26 de octubre, en el Teatro de la Ciudad no serán las únicas que sonarán, porque también habrá de las nuevas, de las mías, para tender un puente entre aquél momento en el que decidí tomar el timón para hallar mi propio sonido y este momento, en el que estoy cantando mis propias palabras y construyendo mis propias músicas. Y será una noche de gozo.
Además, la noche del 26 de octubre, en el Teatro de la Ciudad no serán las únicas que sonarán, porque también habrá de las nuevas, de las mías, para tender un puente entre aquél momento en el que decidí tomar el timón para hallar mi propio sonido y este momento, en el que estoy cantando mis propias palabras y construyendo mis propias músicas. Y será una noche de gozo.
Que suenen las campanas de la celebración.
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